La sorprendente historia de la isla de Tabarca

La sorprendente historia de la isla de Tabarca
5 may 2020

Cuando uno se acerca por primera vez a la isla de Tabarca, la puede confundir fácilmente con un viejo y oxidado submarino que salió de las profundidades a por un trago del aire y nunca más quiso separarse del cálido sol mediterráneo. Solo al acercarse más y al distinguir en la orilla las casitas, el fantasmagórico barco se desvanece. Pero igual queda la sensación de que Tabarca surca el plateado mar en un viaje infinito a través del tiempo.

Fuera de la temporada que dura aquí gran parte del año, Tabarca es un lugar totalmente idílico. Sobre todo para los que saben disfrutar del silencio y la tranquilidad, sumergiéndose junto con la isla soleada a la profunda paz del mar.

Tabarca es el más grande de todos los islotes de la Costa Blanca y además el único habitado: todo el año ahí viven unos 60 personas. La longitud de la isla es algo menos de dos kilómetros y de ancho no sobrepasa los 450 metros. En la parte más estrecha se encuentra el puerto que parece pintado en acuarela: una calita acogedora entre el cielo muy azul y el mar, de un azul aún más intenso. El último toque a la pintura aportan las blancas barcas que con su suave y perezoso movimiento ni siquiera alteran el trasparente agua… El puerto separa la isla en dos partes casi iguales, una de las cuales está por completo ocupada por el pueblecito. Alrededor del pueblo existe un muro de defensa que sigue estando en perfectas condiciones. Desde el puerto se accede por un gran portal – la Puerta de San Rafael o del Levante, donde siempre sopla una suave brisa y donde las antiguas piedras guardan la sencilla figura de la Virgen Inmaculada, patrona de Tabarca durante los últimos 250 años.

A lo largo de gran parte de su historia Tabarca fue una isla desierta. Los antiguos griegos llamaban este islote Planesia, lo que significa Plano. De él habla en su famosa “Geografía” Estrabón (vivió en los años 64 – 23 a. C. ) viajero, historiador y geógrafo. En su guía por los mares alerta a todos los marineros sobre peligrosas piedras, escondidas alrededor de Planesia, pero los arqueólogos nos demuestran que no mucha gente en su tiempo conocía bien los trabajos de Estrabón. Hasta hoy en día el fondo marino de la isla está trufado de ánforas, cachos de barcos romanos y otras señales de los naufragios que antaño sucedieron aquí.

Durante muchos siglos el islote, situado a escasos kilómetros de la ciudad de Alicante, solo frecuentaban los diversos piratas que lo usaban como cómoda base para sus ataques a los pueblos costeros. Desde la Reconquista en el siglo XIII los gobernadores de la ciudad de Alicante planeaban construir en Tabarca una pequeña fortaleza o al menos una torre para prevenir los ataques de los corsarios, pero esa idea nunca llegó a cumplirse. Así que hasta el siglo XVIII la isla siguió siendo pirata.

Antes de recibir en el año 1769 el nombre de Nueva Tabarca, se llamaba la isla de San Pedro. Como dice la leyenda el Apóstol paró aquí en uno de sus numerosos viajes.

En el año 1760 el famoso y progresista Conde de Aranda empezó por fin a construir las primeras fortificaciones en la isla de San Pedro y solo nueve años después el islote acogió a sus primeros habitantes. Junto con ellos llegó también el nuevo nombre, cuya historia es bastante curiosa y a la vez algo trágica.

En el año 1741 otra isla Tabarca, que pertenecía a la Serenísima República de Génova y se situaba a 300 metros de la costa de Túnez en África del Norte, fue ocupada por tunecinos. Los pescadores y sus familias que vivían en la isla fueron esclavizados por largos 27 años. Hasta que, por petición del monje Juan de la Virgen, el rey español Carlos III no se ocupó de su liberación. Los pobres italianos fueron redimidos y llevados a Alicante, de donde en el marzo del año 1769 los trasladaron a la isla de San Pedro. Ahí, en el recién construido y protegido con una gran muralla pueblo, llamado Nueva Tabarca, los pescadores volvieron a sus labores de costumbre. El Conde de Aranda estaba seguro de que la pequeña fortaleza y la presencia de habitantes en la isla conseguirán mantener lejos a todo tipo de piratas.

En total a la isla llegaron 296 italianos, de los cuales 31 nacieron en Italia, 137 en la antigua Tabarca y los demás en el tiempo que fueron esclavos en el territorio de Túnez y Argelia. Incluso hoy en día la gran mayoría de los isleños tienen apellidos italianos: Jacopino, Luchoro, Leoni, Parodi...

Cada familia rescatada recibió una casa y además los nuevos habitantes de la isla Plana obtuvieron ciertos privilegios: no tenían que ir al ejército, ni tampoco pagar los impuestos al rey. Para pescar les dieron varios barquitos y un pequeño barco militar para protegerlos de los piratas. A pesar de los esfuerzos del Conde de Aranda, la colonia en el islote no floreció. Seria la culpa de los pescadores por volverse perezosos en la esclavitud o simplemente el islote era demasiado árido, pero nueve años después la real inspección se encontró un cuadro penoso… La pedregosa tierra no se labraba, las barcas se caían a trozos y ya no salían al mar, faltaba agua potable y la fortaleza ya empezó a destruirse.

La guía estadística de los años 1845-50 que describía todas las ciudades y pueblos de España, dice sobre Tabarca que tenía en aquel momento 500 habitantes: aparte de la muralla y la iglesia de San Pablo en el pueblo hay 100 casas habitadas. Las casas más presentables pertenecen al gobernador de la isla y al cura, las demás están casi deshechas. Aquí hay dos calles, seis callejones y una gran plaza cuadrada, a cada lado de la cual hay un pozo. También dice que hay siete tiendecitas que solo cuentan con lo más imprescindible y una panadería. Además, está la plaza militar y la cárcel fuera de la muralla.

En el año 1850, ya después de que la guía vio la luz, el gobernador junto con los militares para siempre se fueron de la isla que para este tiempo ya perdió su valor estratégico.

Cuatro años después en la parte deshabitada de Tabarca fue construido un gran faro que hasta el siglo XVIIII sirvió también como escuela de toreros. Esta bonita construcción en estilo neoclásico sigue cumpliendo fielmente con su función – en la noche destella y alumbra el camino a los barcos y yates.

Solo más de un siglo después, en los años sesenta, la isla comenzó a renacer con la llegada de los turistas ingleses, noruegos y suecos que buscaban el sol mediterráneo y la sencillez y tranquilidad de la vida española.

Hay que apuntar que, gracias a la prolongada decadencia y también a que Tabarca cada vez contaba con menos habitantes, la isla casi no cambio en los últimos 200 años. Aquí será difícil encontrar nuevas construcciones y las antiguas están restauradas y pintadas. El pueblo sigue teniendo dos calles y seis callejones solo que ahora en la gran plaza cuadrada hay más tiendas y restaurantes. En el lugar de la panadería está una boutique y en vez de las cosas de primera necesidad las tiendas ofrecen bañadores, camisetas y recuerdos para los turistas. En la que era la casa del gobernador hoy en día está el hotel.

También se conservó la iglesia de San Pablo y San Pedro que fue construida en el año 1770, ampliando la pequeña capilla que hubo aquí anteriormente. Es un edificio sencillo con dos capillas: por un lado mira a una plazuela y por el otro – a la infinidad azul del mar… En la decoración del santuario se nota la influencia del barroco: el pórtico y los huecos de las ventanas fluyen con sus curvas y superficie alabeadas. Ahora la vieja iglesia se encuentra en restauración que va bastante lenta. Todavía alberga muchos peligros – por ejemplo uno podría caerse por algún agujero al subsuelo, donde, como dicen las leyendas, aparte de las sepulturas hay tesoros de los piratas.

Cerca de la iglesia se sitúa la Puerta de San Miguel que antiguamente era la entrada principal del pueblo. Sale a un pequeño cabo, donde antes estaba el puerto.

Todo el poblado de Nueva Tabarca viste tres principales colores: blanco, azul y arenoso. Muchas casas están decoradas con azulejos que principalmente tienen motivos religiosos, aunque se pueden ver y otras cosas. Con este colorido el pueblo consigue una especial armonía con las nubes y gaviotas, las arenosas playas y blancas barcas en el marco azul del cielo y el mar.

Tabarca está protegida por el gobierno como patrimonio cultural y también natural. Alrededor de la isla se encuentra una reserva marina en la que los amantes del buceo pueden disfrutar del agua trasparente y la abundante fauna marina.

La pedregosa naturaleza de Tabarca también da cobijo a las aves. Aparte de las gaviotas y los cormoranes, también llamados cuervos marinos, las piedras de difícil acceso alrededor de la isla a menudo son visitadas por diversas aves migratorias. Es muy interesante observarlos con unos buenos prismáticos o una cámara.

Parece que nuestro paseo por la isla Plana se está acabando. Solo nos queda sentarnos en uno de tantos restaurantes y comer algo. Desde luego en una isla de pescadores lo más razonable es comer marisco que está fresquisimo y muy rico.

Llegar a Tabarca es fácil desde cualquier cuidad turística de la costa de Alicante. Durante todo el año los catamaranes y barcos-taxi salen de Benidorm, Alicante, Torrevieja e incluso Cartagena. Pero la máxima cantidad de barcos van desde Santa Pola que está justo enfrente de la isla, a algo más de cuatro kilómetros. También es fácil navegar ahí en un yate u otro buque.

Buen paseo por el mar, la tranquilidad soleada de Tabarca, silenciosas playas y buena comida - ¿qué más hace falta para relajarse y descansar bien con todos los sentidos?

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